Para los fans de 'Súbete el volumen' (del audífono). Por Vicky Bendito.
Hace unos días descubrí, a través de la página OIR ES CLAVE, este maravilloso cómic de Joaquín Carro, que explica de una manera muy didáctica y humorística cómo nos sentimos las personas con discapacidad auditiva y echa por tierra tópicos que rodean el mundo de la sordera. Según iba volando de viñeta a viñeta regresaba a situaciones de mi infancia y de mi madurez en las que me he sentido excluida, situaciones que me han echo llorar de impotencia y de rabia, más ahora que de niña, la verdad. Este tebeo, que ganó el primer premio de cómic sobre la deficiencia auditiva impulsado por la Asociación Clave, es muy ilustrativo, sencillo y claro. Explica tan bien la discapacidad auditiva, las distintas situaciones en las que podemos encontrarnos las personas de este colectivo, los distintos sentimientos, que yo no he dudado en enviárselo a varios amigos que en alguna ocasión me han preguntado cómo siente una persona sorda.¡Esa viñeta de la página 8! ... Entre otras muchas, ya digo, en la que los dos críos, el sordo y su amigo, están en el patio y el sordo le pregunta: “¿De qué se ríen?”, y el compañero le responde: “Espera”, y el chaval le replica, “jo, dímelo ahora”, el otro le espeta “pesao”. Cambien la pregunta por otra cualquiera: “¿Qué ha dicho”, “¿Qué ha pasado?” y la reacción es la misma. Lo sé por experiencia.La gente cree que por llevar audífono uno ya oye bien y que si no se entera es porque no se sube el volumen del aparato, y es un error bastante común. Porque simplemente oímos mejor, pero no bien. Hay un matiz ¿no creen? Y eso es algo que también explica muy bien este tebeo.Yo ahora llevo dos implantes osteointegrados BAHA (una de las mejores cosas que me han pasado en la vida: Leed EL TORNILLO QUE ME FALTABA), pero hasta los treinta y muchos me estuve defendiendo con un audífono retroauricular en el oído derecho.No fue hasta que me pusieron los BAHA que no fui consciente del tremendo esfuerzo que tuve que hacer en mi vida para oír Leyendo el cómic, me acordé de que en clase yo me aburría muchísimo mientras las profesoras escribían en la pizarra y hablaban para la tiza... y claro, yo a por uvas... ¿Y qué hacía? Dar rienda suelta a mi creatividad pictórica... ¡Menuda chulada de dibujos hacía en clase!. Eso implicaba que al llegar a casa, cuando abría el libro, yo me enfrentaba de nuevas a la materia que la profesora había explicado en clase. En la facultad lo solucioné con una grabadora, poniéndome en primera fila y con el apoyo de compañeros estupendos que tuve la fortuna de encontrar en el camino.Pero no todo son desventajas con la sordera. ¡Cuántas veces no me he apagado los audífonos en el autobús por no escuchar las conversaciones a gritos de los demás pasajeros! porque en España, de eso me he dado cuenta ahora con los implantes osteointegrados, no se habla, se grita. Es un hecho.Recuerdo que de niña yo no era muy buena estudiante, todo hay que decirlo, y, por ende, llevaba a casa más de un suspenso. Lógicamente, mis padres me daban la correspondiente regañina de “hija, así no puedes seguir, tienes que esforzarte más”. Pero en cada evaluación se repetía la misma escena, que siempre tenía lugar a la hora de la comida. Y yo, que ya me conocía la charla, disimuladamente me apagaba el audífono haciendo como que me colocaba el pelo tras la oreja (tenía una melena bien larga) y me centraba en comer mientras asentía periódicamente con la cabeza a mis padres... hasta que un día, señores, ¡me pillaron!.- Hija... -me dijo mi madre mirándome fijamente- Tú te has apagado el aparato - Le leí en los labios. En ese momento, los ojos se me pusieron como platos y me encendí rápidamente el audífono mientras negaba categóricamente con la cabeza.- ¡Ahora entiendo por qué no surtían efecto nuestras regañinas! - clamó mi madre, dejando con firmeza la espátula en la tabla de madera y dándose una palmada enérgica en el muslo.Desde entonces, cada evaluación, al entregar las notas mi padres me ordenaban que pusiera las manos encima de la mesa.